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El avión inicia el camino hacia la pista de rodadura para despegar y se produce un ligero silencio. Presto me pongo a pensar en mil argumentos para seguir charlando y no perder la oportunidad de conocer más a esta mujer que, a todas luces, me ha caído como un ángel del cielo. En plena fase de aceleración, cuando más ruidos se produce en la cabina, me vuelvo a dirigir a ella hablando despacio y con palabras claras, evitando así que no me entienda.
- ¿Te impresiona el despegue?
- ¡Me encanta! la velocidad me pone mucho
- Entonces me callo para que disfrutes ¿no?
- ¡Bah! da lo mismo, sólo dura dos segundos.
- Por eso, porque lo que pasa en dos segundos es lo más importante de nuestras vidas. Cierra los ojos, respira despacio y siente cómo la nuca se pega al asiento. Ahora, apoya las muñecas en los brazos del asiento y roza con la yema de los dedos el extremo.
Decido guardar silencio, y aprovechando que ha seguido mis instrucciones, la miro descaradamente, disfrutando de la metamorfosis del despegue. En el momento en el que el piloto mete el gas a tope veo cómo le cambia el semblante y las aletas de la nariz se dilatan, percibiendo también un rápido movimiento de los ojos bajo unos preciosos - y bien decorados- párpados. Me olvido del tiempo y, cuando termina el espectáculo del despegue, ella abre rápidamente los ojos y me sorprende mirándola. Con un tono de voz aterciopelado rompe el silencio:
- Ha sido increíble. Es como si toda la energía de la tierra recorriese mi espalda y saliese por la cabeza.
Sonrío con prudencia y le dedico un gesto infantil, guiñando ligeramente ambos ojos y apretando los labios.
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MS. PBL.
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