viernes, agosto 04, 2006

La Almendra



«La clave del placer femenino está por todas partes: los pezones que se yerguen, endurecidos de deseo, febriles e imperiosos.
Necesitan saliva y caricias.
Que los muerdan y los mimen. Los pechos se animan y sólo piden que se les permita expeler su leche. Ansían que los mamen, que los toquen, que los recojan formando copa con las manos, que los encierren y que los liberen.
Su orgullo no tiene límite. Ni sus sortilegios. Se funden en la boca, se hurtan, evasivos, se endurecen y se concentran en su placer. Quieren sexo.
En cuanto se dan cuenta de que la cosa va de veras, se vuelven francamente lúbricos. Abrazan las vergas y, tranquilizados, se envalentonan.
Los pezones se toman a veces por clítoris o incluso por pollas. Corren a alojarse en los repliegues de un ano púdico.
Violentan la entrada de un agujero que, a fuerza de querer aspirar un objeto o a un ser, engulle todo cuanto se presenta: un dedo, un pezón o un consolador bien lubricado.
Volviendo a la clave, se encuentra allí donde hay que ir, allí donde a nadie se le ocurre acudir: el cuello, el lóbulo de las orejas, el repliegue de una axila afelpada, el surco que separa las nalgas, los dedos de los pies, que es preciso probar si uno quiere saber de verdad lo que significa amar, el interior de los muslos... Todo en el cuerpo es susceptible de desvarío. De placer. Todo gime y rezuma para quien sabe cosquillear. Y beber. Y comer. Y dar».

Nedjma: La almendra.
Memoria eróticas de una mujer árabe.

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