La mujer sintió un estremecimiento, y su mente se derritió. Penetrantes y suaves oleadas de indecible placer, la invadieron en el momento en que el hombre penetró en ella, y con ello comenzó la curiosa emoción fundida y ardiente que se extendía más y más, hasta que la arrastraba al último y ciego extremo de plenitud.
...
- No me preguntes esas cosas ahora. Déjame en paz. Me gustas. Te amo cuando estás en la cama conmigo. Una mujer es una cosa adorable cuando se la jode a fondo y el coño es bueno. Te amo, amo tus piernas, amo tu forma, y amo todo lo que tienes de mujer. Me gusta la mujer que hay en ti. Te amo con el cuerpo y con el corazón. Pero no me hagas estas preguntas ahora. No me hagas hablar ahora. ¡Déjame en paz! ¡Déjame en paz!
Y el hombre puso suavemente la mano sobre el monte de Venus de Connie, sobre el vello suave, castaño, femenino, y se quedó quieto y desnudo en la cama, con la cara inmóvil y físicamente abstraída, con una cara casi como la de Buda.
El amante de Lady Chatterley
D.H. Lawrence (1885-1930)
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