La semana pasada nos peleamos. El lunes siguiente, me encontré con ella en un café para arreglar aquella historia con un ramillete de anémonas.
Era pleno diciembre en París. Las calles estaban cubiertas de nieve así que no se oía el ruido de sus perversos tacones sobre el asfalto.
En el bar, la pequeña enfurruñada me hizo ponerme nervioso. Su actitud variaba entre quedarse en silencio o largarme un discurso almibarado sobre las relaciones amorosas. a la vez, saboreaba el café y un fastidio distinguido de jovencita. Se llevaba repetidamente la mano al cuello, estrujaba su collar de perlas multicolores y me miraba de soslayo.
Un gato pasó por la calle blanca, levantando mucho las patas con aire circunspecto e ingenuo, intentando adivinar por dónde desaparecerían los copos.
Sus falsos enfados de niña me irritaban. Salí rabiando del café. me siguió. Entonces hice con mis manos una gran bola de nieve y se la tiré a la cara. Toc...
De inmediato dejó a un lado sus chiquillerías.El ramillete de anémonas consumidas por el frío voló por los aires golpeándome. De repente, el rubor hizo florecer sus mejillas que ya estaban, de todos modos, muy coloradas.
Entonces, salté sobre ella, la cogí por la cintura, crucé la calle con ella bajo el brazo haciendo ver que se debatía. al llegar, la tiré sobre el sofá. Emitió un pequeño gruñido. no estaba de humos para discutir ni para escucharla. Sólo tenía ganas de entrar en ella.
Con una voz de falsa inocencia, le murmuré al oído:
- Entrégate sin miedo.
Se colocó a cuatro patas sobre el sofá y arqueó los riñones. Le abrí las nalgas. Realicé en ellas una seria de rituales delicados, incluso administré a su cereza unos golpecitos seguidos por estertores de placer. Con un dedo le hice cosquillas en el culo que brillaba mojado. Se fue relajando cada vez más y aflojó la presión que aprisionaba mi dedo corazón. Y entonces, con mi miembro enorme y con lentitud, le ensanché el trasero. Se oyó un lamento ronco que fue en aumento. Su rosetón formaba un anillo en torno a mi pene. noté que se movía cada vez más yendo a mi encuentro. Más fuerte y más rápido. Con la mano que tenía por delante agitaba su botón mágico. Dejó de controlarse mientras yo la sacudía de arriba a abajo, mientras le hurgaba hasta las entrañas.
Los copos se transformaron en cristales en el borde de la ventana del salón. Mis labios mordisqueaban sus gruesos pezones, sus manos fatigadas descansaban sobre mi cabeza, recuperaba el aliento y ya tenía ganas de más.
Bénédicte Martin
Warm up
1 comentario:
Me parece impresionante!
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