Una mujer de ron y esmalte negro,
flequillo y vagina cosmopolitas,
me abre sus piernas tras los cristales del mueble.
Es la niebla
2
Veladamente,
descorriendo pestillos,
ha llegado hasta mi cuarto
una pantera translúcida con la piel de diamante
que me morderá la nuca cuando menos lo espere.
Es el deseo.
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Usted se ha ido. Pero tampoco conviene dramatizar
las cosas.
Cuando salgo a la calle,
aún me quedan muchas tapas risueñas en el tacón,
y mis medias de malla consiguen reducir la cintura
de la tristeza
si su ausencia va silenciándome en una resaca
de escarcha.
O sea, que no estoy tan mal.
Porque yo podré ser de vez en cuando un eclipse. Pero
nunca
un eclipse sin sangre de luz.
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Usted se inmiscuye en mi bufanda
desde una aurea blanquísima que me reverbera los labios.
No me muevo,
no fumo -quizá a su silencio le moleste esa arruga en la nieve-;
y sólo cuando marcha me doy cuenta
de que he estado aguantándome el pis todo el rato.
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Usted se me escapa en los pasillos como
un discóbolo impregnado de aceite.
Pero todo lo que habla es una mano enguantada
por mis medias.
(Desnuda, froto su voz contra las caderas de la sábana
para no dormirme tan triste.)
Almudena Guzmán 1986
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